Una ciudad prodigiosa
Después de comer, mientras Toña nos servía café, galletas y nieve de membrillo, la tía Martucha pidió que le trajeran los cigarros. Martucha es una mujer pequeñita, un poco jorobada. Le gusta usar joyas de fantasía y vestir blusas de seda. Tiene el cabello blanco y crespo, la piel floja, los ojos claros y cansados. Cuando fuma, la memoria se le vuelca; su voz tenue, sin matices, comienza a bordar en el recuerdo: “Del otro lado del mar —dijo la tía mientras las primeras, espesas volutas de humo subían por los prismas de la araña y por el sol de la tarde incipiente—, más allá del agua interminable, hay una ciudad de prodigio, toda ella edificada en las orillas de un gran río. Altas construcciones de piedra la forman; grises y almenadas por infinitas chimeneas. Todos sus tejados, que la lluvia abrillanta, se encuentran habitados por gorriones. En los jardines, de setos cuidadosamente recortados, al pie de álamos de oro crecen hermosas mujeres de bronce que no...
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