Romeo y Julieta: 5 (Otelo; Romeo y Julieta; Hamlet; El Rey Lear; Macbeth. Antología)

I - Entra ROMEO.

ROMEO
Si puedo confiar en la verdad
de un sueño halagador, se acercan buenas nuevas.
El rey de mi pecho está alegre en su trono
y hoy un insólito vigor me eleva
sobre el suelo con pensamientos de júbilo.
Soñé que mi amada vino y me halló muerto
(sueño extraño, si en él un muerto piensa)
y me insufló tanta vida con sus besos
que resucité convertido en un emperador.
¡Ah, qué dulce ha de ser el amor real
si sus sombras albergan tanta dicha!
Entra BALTASAR, criado de Romeo.
¡Noticias de Verona! ¿Qué hay, Baltasar?
¿No traes cartas del fraile?
¿Cómo está mi amor? ¿Está bien mi padre?
¿Cómo está Julieta? Dos veces lo pregunto,
pues nada puede ir mal si ella está bien.

BALTASAR
Entonces está bien y nada puede ir mal.
Su cuerpo descansa en la cripta de los Capuletos
y su alma inmortal vive con los ángeles.
Vi cómo la enterraban en el panteón
y a toda prisa cabalgué para contároslo.
Perdonadme por traeros malas nuevas,
pero cumplo el deber que me asignasteis.

ROMEO
¿Es verdad? Entonces yo os desafío, estrellas.-Ya
sabes dónde vivo; tráeme papel y tinta
y alquila caballos de posta. Salgo esta noche.

BALTASAR
Calmaos, señor, os lo ruego.
Estáis pálido y excitado, y eso anuncia
alguna adversidad.

ROMEO
Calla, te equivocas.
Déjame y haz lo que te he dicho.
¿No tienes carta para mí de Fray Lorenzo?

BALTASAR
No, señor.

ROMEO
No importa. Vete. Y alquila esos caballos.
Yo voy contigo en seguida.
Sale BALTASAR.
Bien, Julieta, esta noche yaceré contigo.
A ver la manera. ¡Ah, destrucción, qué pronto
te insinúas en la mente de un desesperado!
Recuerdo un boticario, que vive
por aquí. Le vi hace poco, cubierto
de andrajos, con cejas muy pobladas,
recogiendo hierbas. Estaba macilento;
su penuria le había enflaquecido.
En su pobre tienda pendía una tortuga,
un caimán disecado y varias pieles
de peces deformes; y por los estantes,
expuestas y apenas separadas,
un número exiguo de cajas vacías,
cazuelas verdes, vejigas, semillas rancias,
hilos bramantes y panes de rosa ya pasados.
Viendo esa indigencia, yo me dije:
"Si alguien necesita algún veneno,
aunque en Mantua venderlo se pena con la muerte,
este pobre hombre se lo venderá."
Ah, la idea se adelantó a mi menester
y ahora este menesteroso ha de vendérmelo.
Que yo recuerde, esta es la casa;
hoy es fiesta, y la tienda está cerrada.
¡Eh, boticario!
Entra el BOTICARIO.

BOTICARIO
¿Quién grita?

ROMEO
Vamos, ven aquí. Veo que eres pobre.
Toma cuarenta ducados y dame
un frasco de veneno, algo que actúe rápido
y se extienda por las venas, de tal modo
que el cansado de la vida caiga muerto
y el aliento salga de su cuerpo
con el ímpetu de la pólvora inflamada
cuando huye del vientre del cañón.

BOTICARIO
De esas drogas tengo, pero las leyes de Mantua
castigan con la muerte a quien las venda.

ROMEO
¿Y tú temes la muerte, estando tan escuálido
y cargado de penuria? El hambre está en tu cara;
en tus ojos hundidos, la hiriente miseria;
tu cuerpo lo visten indignos harapos.
El mundo no es tu amigo, ni su ley,
y el mundo no da ley que te haga rico,
conque no seas pobre, viola la ley y toma esto.

BOTICARIO
Accede mi pobreza, no mi voluntad.

ROMEO
Le pago a tu pobreza, no a tu voluntad.

BOTICARIO
Disolved esto en cualquier líquido
y bebedlo y, aunque tengáis el vigor
de veinte hombres, al instante os matará.

ROMEO
Aquí está el oro, peor veneno para el alma;
en este mundo asesina mucho más
que las tristes mezclas que no puedes vender.
Soy yo quien te vende veneno, no tú a mí.
Adiós, cómprate comida y echa carnes.
[Sale el BOTICARIO.]
Cordial y no veneno, ven conmigo
a la tumba de Julieta, que es tu sitio.

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