Rojo y negro: Capítulo XXXI
Rojo y negro de Stendhal Los placeres del campo O rus, quando ego te aspiciam! HORACIO -¿Desea el señor tomar la diligencia-correo para París?- preguntó a Julián el dueño de la posada donde hizo aquel alto para almorzar. -Sí; pero me es indiferente tomarla hoy o mañana- respondió Julián. Llegó la diligencia y traía dos asientos desocupados. -¡Hola! ¿Tú por aquí, mi querido Falcoz?- preguntó el viajero que llegaba de la parte de Ginebra al que montó en la diligencia al mismo tiempo que Julián. -Te creía vegetando por los alrededores de Lyón- contestó el llamado Falcoz-, viviendo en un valle delicioso cerca del Ródano. -Y no creías mal: allí estuve... y de allí huyo. -¿Que huyes tú, Saint-Giraud? ¿Con esa carita de inocente, habrás cometido algún crimen?- preguntó Falcoz, riendo. -¡Palabra de honor que no huiría con mayor furia si lo hubiese cometido! Aquí me tienes escapando horrorizado, de la vida de provincia. Me gusta como al que más...
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