Primer Libro de La Galatea: 09
Con este pensamiento y con los muchos que sus amores le causaban, después de haber dejado en segura parte su rebaño, se salió de su cabaña, como otras veces solía; y con la luz de la hermosa Diana, que resplandeciente en el cielo se mostraba, se entró por la espesura de un espeso bosque adelante, buscando algún solitario lugar adonde en el silencio de la noche con más quietud pudiese soltar la rienda a sus amorosas imaginaciones, por ser cosa ya averiguada que a los tristes imaginativos corazones ninguna cosa les es de mayor gusto que la soledad, despertadora de memorias tristes o alegres. Y así, yéndose poco a poco gustando de un templado céfiro que en el rostro le hería, lleno del suavísimo olor que de las olorosas flores, de que el verde suelo estaba colmado, al pasar por ellas blandamente robaba, envuelto en el aire delicado, oyó una voz como de persona que dolorosamente se quejaba; y, recogiendo por un poco en sí mismo el aliento, porque el ruido no le estorbase...
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