La república -Libro II
Capítulo 1 Con estas palabras creí haber dado ya fin a la discusión; mas al parecer no habíamos pasado todavía del preludio, porqué Glaucón, que siempre y en todo asunto se muestra sumamente esforzado, tampoco entonces siguió a Trasímaco en su retirada, antes bien, dijo: -¿Prefieres, oh, Sócrates, que nuestra persuasion sea sólo aparente, o bien que quedemos realmente persuadidos de que es en todo caso mejor ser justo que injusto? -Yo preferiría, si en mi mano estuviera -respondí-,convenceros realmente. -Pues bien -siguió-, tu deseo no se cumple. Porque dime: ¿no crees que existe una clase de bienes que aspiramos a poseer no en atención a los efectos que producen, sino apreciándolos por ellos mismos; por ejemplo, la alegría y cuantos placeres, siendo inofensivos, no producen ninguna consecuencia duradera, sino únicamente el goce de quien los posee?. -Sí -respondí-, creo en la existencia de esos bienes. -¿Y qué? ¿No hay otros que apreciamos tanto en gracia a ellos mismos como en consideración a sus resultados; por ejemplo, la inteligencia, la vista o la salud? Porque en mi opinión son estas dos razones las que hacen que estimemos tales bienes. -Sí - asentí. -Y, por último -concluyó-, ¿no sabes que existe una tercera especie de bienes, entre los que figuran la gimnástica, el ser curado estando enfermo y el ejercicio de la medicina o cualquiera otra profesión lucrativa? De todas estas cosas podemos decir que son penosas, pero nos benefician, y no nos avendríamos a poseerlas en atención a ellas mismas, sino únicamente por las ganancias u otras ventajas que resultan de ellas. -En efecto -dije-, también existe esta tercera especie. Pero ¿a qué viene esto? -¿En cuál de estas clases -preguntó- incluyes la justicia? -Yo creo -respondí- que en la mejor de ellas: en la de las cosas que, si se quiere ser féliz, hay que amar tanto por sí mismas como por lo que de ellas resulta.
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