La queja
La queja
de Evaristo Carriego
Como otras veces cuando la angustia
le finge graves cosas hurañas;
la infeliz dijo, después que el rojo
vómito tibio mojó la almohada,
las mismas quejas de febriciente,
las mismas quejas entrecortadas
por el delirio, las que ella arroja
como un detritus de la garganta.
Bajo el recuerdo remoto y vivo,
jornadas rudas de su desgracia,
rápidos cruzan por la memoria
sus desconsuelos de amargurada:
desde el sombrío taller primero
que vio su carne cuando era sana
hasta la hora de la caída
de la que nunca se levantara.
Porque era linda, joven y alegre
ascendió toda la suave escala:
supo del fino vaso elegante
que vuelca las flores en la cloaca.
Porque a su abismo lo creyó cumbre,
leves mareos de la esperanza
quizá embriagaron sus realidades
puesto que huyeron sin inquietarla;
y la salvaron de los hastíos
que levemente la desolaran,
como poemas sentimentales,
largos idilios de cortesana.
Después......
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