La de Bringas: 35
XXXV(La de Bringas) de Benito Pérez Galdós Se sintió aliviada..., libre de aquel espantoso hervor de su cerebro. Su mamá le limpiaba el sudor de su frente, llamándola con palabras cariñosas. Había sentido Rosalía sus quejidos, síntoma indudable de la pesadilla, y saltó de la cama para correr en su socorro. Eran las doce. Hízole después una taza de té, y ayudada de Prudencia le mudó las sábanas. A la media hora la pobre niña descansaba tranquila, y su mamá se fue a dormir al sofá del gabinete, porque la cama despedía fuego. Antes quiso dar parte a su marido de la desazón de la niña. -¿Lo de siempre? -preguntó él desde el embozo de la única sábana con que se cubría. -Sí, lo de siempre, pesadilla, convulsiones; ha sido de los ataques más fuertes. Por fin se ha tranquilizado. ¡Pobre ángel! Tú te empeñas en que a nuestra niña se le arraigue esta propensión a la epilepsia..., ¡sabiendo que se corrige con los baños de mar...! -Lo mismo son los de los...
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