La corona de fuego: 34
La corona de fuego o los subterráneos de las torres de Altamira de José Pastor de la Roca Capítulo III - En el cual empieza ya a rasgarse un pliegue del velo Ved que asoma un destello De ese arcano que la mente aterra, De ese caos que encierra, Trasparentando aquello Que hay más abominable aquí en la tierra. Ambos personajes, por un movimiento espontáneo, marcaron una profunda reverencia ante aquella tosca efigie del Crucificado, y sentáronse sin ceremonia en la doble grada, especie de tarima rústica, labrada en la peña, que formaba la base mutilada del ara. Nerón quedó de centinela a la parte exterior, y a prevención colocáronse previamente a la entrada del buque varias ramas de ciprés, con el fin de ocultar la presencia de los nocturnos huéspedes a cualquier imprudente. -Henos ya aquí a cubierto de todo compromiso, exclamó el rey, rompiendo el silencio en voz baja y recatada; os he pedido una cita, yo, vuestro rey, a vos, guerrero afortunado y digno de otra...
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