III. Una fama que comienza a afianzarse
El Cupido durmiente En 1495 ejecutó pequeñas esculturas para Pier-francesco de Médicis, pariente lejano del Magnífico, que estaba en buenos términos con el poder recientamente establecido. Entre otros trabajos hizo un San Juan, durante largo tiempo atribuido a Donatello, y, posteriormente, un Cupido durmiente. Su patrón quedó tan extasiado ante esta obra, que no pudo por menos de decir al escultor: «Si lo tratàrais artificialmente, de modo que pareciese sacado de una excavación, lo mandaría a Roma; sería aceptado como una obra de arte antigua y podríais venderlo a precio mucho más elevado.» Atendió Miguel Angel la indicación, más por curiosidad que por otra cosa, y los hechos que siguieron revelaron que Pier-francesco no se había equivocado. El Cupido del escultor florentino fue a Roma, siendo vendido en treinta ducados a un tratante llamado Baldassare de Milanese, precio muy justo y que demuestra que Miguel Angel no pretendió engañarle. Muy otra, sin embargo, fue la actuación del tal Milanese, quien lo revendió por la elevada suma de doscientos ducados al cardenal de San Giorgio, tras haberle asegurado, naturalmente, que la escultura provenía de un yacimiento arqueológico. «La Virgen con el niño», que se encuentra en la catedral de Bruges (Bélgica). No se sabe cómo, el cardenal de San Giorgio entró en sospechas acerca de la autenticidad, en cuanto obra antigua, del Cupido, y destacó a uno de sus caballeros a Florencia para desentrañar la cuestión. He aquí cómo nos lo cuenta Condivi: «Este caballero, fingiendo estar buscando un escultor capaz de llevar a cabo ciertas obras en Roma, después de visitar a varios, fue a dar con Miguel Angel. Cuando encontró al joven artista, le pidió que le diera alguna muestra de su habilidad, y al punto Miguel Ángel tomó una pluma y dibujó una mano con tal gracia que el caballero quedó estupefacto. Preguntole después si había trabajado alguna vez el mármol, y al contestar Miguel Angel afirmativamente y mencionar, entre otras obras, un Cupido de tal altura y en tal actitud, el caballero supo que había dado con el que buscaba. Relató, pues, de qué modo habían pasado las cosas y prometió a Miguel Angel, si consentía en acompañarle a Roma, hacerle cobrar la diferencia de precio y presentarle a su patrón, seguro de que éste le recibiría muy bondadosamente. Entonces Miguel Angel, en parte enojado por haber sido estafado, y en parte movido por la descripción que el caballero hizo de Roma como el más ancho campo en que un artista pudiera desplegar su talento, se fue con él y se alojó en su casa, junto al palacio del cardenal.» El cardenal, en efecto, obligó a Baldassare a reembolsarle los doscientos ducados y a llevarse el Cupido. Miguel Angel, empero, no vio un céntimo más; por añadidura, tanto Condivi como Vasari coinciden en afirmar que San Giorgio no estuvo a la altura de las circunstancias, ya que no supo apreciar al joven artista como hubiera debido hacerlo.
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