Grandes esperanzas: 50
Grandes esperanzas de Charles Dickens Capítulo L Me curaron las manos dos o tres veces por la noche y una por la mañana. Mi brazo izquierdo había sufrido extensas quemaduras, desde la mano hasta el codo, y otras menos graves hasta el hombro; sentía bastante dolor, pero, de todos modos, me alegró que no me hubiese ocurrido cosa peor. La mano derecha no había recibido tantas quemaduras, pero, no obstante, apenas podía mover los dedos. Estaba también vendada, como es natural, pero no tanto como el brazo izquierdo, que llevaba en cabestrillo. Tuve que ponerme la chaqueta como si fuese una capa y abrochada por el cuello. También el cabello se me había quemado, pero no sufrí ninguna herida en la cabeza ni en la cara. Cuando Herbert regresó de Hammersmith, a donde fue a ver a su padre, vino a nuestras habitaciones y empleó el día en curarme. Era el mejor de los enfermeros, y a las horas fijadas me quitaba los vendajes y me bañaba las quemaduras en el líquido refrescante...
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