El tesoro de Gastón: 02
Capítulo II 02 Pág. 02 de 15 El tesoro de Gastón Emilia Pardo Bazán La Comendadora Como no le dejasen dormir sus melancólicos pensamientos, Gastón se levantó temprano, se vistió con diligencia, y subiendo democráticamente al tranvía, se dejó llevar hasta muy cerca del convento de las Comendadoras, que se eleva sombrío, dominado por su vasta iglesia, en una calle de las más solitarias del antiguo Madrid. Las Comendadoras no tienen reja. Mano a mano, a guisa de seglares damas -y bien nobles que lo son- reciben a sus visitas en un locutorio bajo, amplio, esterado, encalado, cuyas paredes adornan cuadros religiosos anegados en betún, y que amueblaban canapés de paja con respaldo de lira, y braseros claveteados -un salón de principios del siglo-. Paseando febrilmente esperó Gastón a su tía. La portera le había dicho que doña Catalina -así se llamaba la Comendadora- estaba en el coro, y que tardaría cosa de unos veinte minutos. «No traigo prisa,...
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