El signo de los cuatro: XI
El signo de los cuatro Capítulo XI - El tesoro de agra de Arthur Conan Doyle Nuestro prisionero estaba sentado en el camarote, enfrente de la caja de hierro por cuya posesión tanto se había esforzado y tanto tiempo había aguardado. Era un sujeto curtido por el sol, de mirada temeraria, con rasgos de color caoba surcados por una red de líneas y arrugas, que daban fe de una vida dura al aire libre. Su mandíbula barbuda era particularmente saliente, lo cual indicaba que se trataba de un hombre al que no era fácil desviar de sus propósitos. Debía de tener unos cincuenta años, más o menos, porque entre sus cabellos negros y ensortijados asomaban numerosas mechas grises. Su rostro no resultaba desagradable cuando estaba en reposo, aunque sus espesas cejas y su agresiva mandíbula le daban, como habíamos tenido ocasión de comprobar, una expresión terrible cuando se enfurecía. En aquel momento estaba sentado, apoyando en el regazo las manos esposadas y con la cabeza caída...
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