El comendador Mendoza: 29
Capítulo XXVIII 29 Pág. 29 de 31 El comendador Mendoza Juan Valera Tantos años de pesares y de tormentos habían ido destruyendo la salud de Doña Blanca. Su tristeza sin tregua; su oculta vergüenza, con la que de continuo tenía que verse cara a cara, sin poder hallar alivio comunicándola y confiándose a una persona amiga; sus luchas de compasión y de desprecio por su marido y de amor y de odio por el Comendador; su horror del pecado que creía sentir sobre ella y que le pesaba como lepra asquerosa e incurable; su orgullo ofendido; su temor del infierno, al que a veces se creía predestinada, y su preocupación incesante de la suerte de Clara, a quien amaba con fervor y a quien en ocasiones aborrecía, como vivo testimonio de su más grave falta y de su más imperdonable humillación, habían influido lastimosamente sobre todos los órganos de aquella vida corporal. Doña Blanca hacía mucho tiempo estaba sujeta a frecuentes paroxismos histéricos. Había...
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