Doña Milagros: 08
Capítulo VII 08 Pág. 08 de 20 Doña Milagros Emilia Pardo Bazán Volviendo a los terribles instantes en que perdí a Ilduara, diré que arrostro las burlas de mi siglo, -que pone en solfa el amor entre cónyuges ya viejos, cuando la antorcha amorosa lanzó su destello último- y declaro que me quedé sumido en melancolía profunda. No calculaba yo mismo el lugar que ocupaba en mi existencia la compañera de tantos años. Ella regía casa y hacienda, y si bien las regía con poca suavidad, no por eso ha de negarse que su firmeza y su vigilancia eran sanas y útiles. Podríase comparar a mi Ilduara con un corsé emballenado y recio, que si oprime, sostiene. Pero aparte de este que no sé si llamé dolor egoísta, el dulce y natural imperio de la costumbre me hacía sufrir a cada instante al ver el sitio frontero de la mesa ocupado por Tula, y al hallarme de noche solo en un lecho que me parecía de nieve. Perderían el tiempo y el pecado los maliciosos: mis soledades...
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