LA colonización europea de Africa negra —como todas las colonizaciones de unos pueblos por otros— estuvo desde el principio marcada por un fuerte racismo en las relaciones del hombre blanco con el indígena. Los negros fueron considerados siempre como seres inferiores, a los que habia que someter, civilizar o proteger, pero a los que nunca se trató de igual a igual. La consecuencia del racismo fue la absoluta marginación del africano, que se vio alejado de la sociedad blanca implantada en su propio territorio y, por supuesto, de sus órganos de poder. Obligando a los negros a realizar los trabajos más duros y menos especializados, despojándoles de sus tierras y sus bienes y negándoles el acceso a la educación y la cultura, el abismo entre las dos razas se hacía cada vez más profundo, justificando la pervivencia de las actitudes racistas. No faltaron quienes quisieron dar contenido científico, filosófico o religioso a este comportamiento, elaborando teorías sobre el...