Ana Karenina III: Capítulo XXXII
Ana KareninaTercera parte: Capítulo XXXII de León Tolstoi Levin había observado que cuando los hombres extreman su condescendencia y docilidad hasta el exceso no tardan en hacerse insoportables con sus exigencias y su susceptibilidad exageradas, y tenía la sensación de que así había de suceder también con su hermano. Y, en efecto, la docilidad de Nicolás duró poco. Desde la mañana siguiente volvió a mostrarse irritable y se aplicaba a buscar pendencias con su hermano, hiriéndole en los puntos más delicados de su sensibilidad. Levin, sin poderlo remediar, se sentía culpable. Adivinaba que, de no haber fingido y de haberse hablado ambos, como se dice, con el corazón en la mano, esto es, expresando sinceramente los pensamientos y sentimientos, se habrían mirado a los ojos el uno al otro y Constantino habría pronunciado una interminable retahíla de «Vas a morir, a morir, a morir...», mientras Nicolás le habría contestado siempre: «Lo sé y tengo miedo, tengo...
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