Ana Karenina I: Capítulo XXXII
Ana KareninaPrimera parte: Capítulo XXXII de León Tolstoi El primer rostro que vio Ana al entrar en su casa fue el de su hijo, quien, sin atender a su institutriz, corrió escaleras abajo, gritando con alegría: –¡Mamá, mamá, mamá! Y se colgó de su cuello. –¡Ya decía yo que era mamá! ––dijo luego a la institutriz. Pero, como el padre, el hijo causó a Ana una desilusión. En la ausencia le imaginaba más apuesto de lo que era en realidad; y sin embargo era un niño encantador: un hermoso niño de bucles rubios, ojos azules y piernas muy derechas, con los calcetines bien estirados. Ana sintió un placer casi físico en tenerle a su lado y recibir sus caricias, y experimentó un consuelo moral escuchando sus inocentes preguntas y mirando sus ojos cándidos, confiados y dulces. Le ofreció los regalos que le enviaban los niños de Dolly y le contó que en Moscú, en casa de los tíos, había una niña llamada Tania que ya sabía escribir y enseñaba a los otros...
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