Al Ecce-Homo

Al Ecce-Homo de Fernán Caballero El lisonjero juez que para su rey ha habido por interés de su gracia y por no perder su oficio. En un balcón de su casa, azotado y escupido, para que el pueblo le vea puso al inocente Cristo. Después de noche tan fiera, amanece el sol teñido de sangre, y en vez de rayos, puntas de juncos y espinos. A las llagas de su cuerpo, pegado un rojo vestido, que también lo hicieran rojo si fuesen blancos armiños. Veis aquí, les dice, el hombre a quien desde el cielo dijo con su voz el Padre Eterno: «Este es mi hijo querido, »aquí le traigo enmendado». ¡Oh! ¡Qué extraño desatino! Enmendar su hijo a Dios, tan bueno y tan infinito. Quita, quita, le responden viejos, mancebos y niños. Muera, muera, muerte infame, pues hijo de Dios se hizo. ¡Ay! ¡Jesús! Hijo de Dios, que este nombre y apellido ...

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