El escritorio salvaje
El mensaje del filósofo trabajado intensamente por la soledad y el aislamiento corporal, empero, es lo cierto que se dirige a la multitud, incluso a la «inmensa minoría». Y habrá de ser leído de modo forzoso en las megápolis: gran paradoja esta. Como hace caso ejemplar de ello el propio Tractatus Philosophicus, de Wittgenstein, del que pocos recuerdan (porque acaso ese recuerdo ha devenido intrascendente para nuestro tiempo) que fue concebido en una cabaña solitaria en el fiordo de Skjolden. La cabaña y el mundo (o más concretamente el «campo» —el campo literario— en el sentido bourdiano, de nuevo esta vez, siguiendo Las reglas del arte): esta es la relación correcta que tal ámbito engendra al crearse a sí mismo y darse un contrario imaginario (aparentemente oculto o negado). Pues la tensión que inevitablemente produce tal elección espacial de naturaleza singular es inventada, y, en todo caso, su destino es verse subsumida por la propia dialéctica de tales...
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